Explosión Literaria

Pensar la literatura en relación con el arte, la fotografía y el cine puede ser un camino mágico que merece ser compartido.

¿Cuales son los libros más leídos en la historia?



La investigación consistió en descubrir cuales fueron los libros con mayor número de ejemplares impresos y vendidos. Existen algunos libros con mayor número de impresiones, sin embargo muchos de estos no fueron vendidos.


A lo largo de los últimos 50 años, miles de millones de libros fueron publicados, pero solo algunos pocos lograron convertirse en los más leídos.

James Chapman, autor de A Passion For Writing complió una lista de los 10 libros más leídos la historia a raíz de una investigación que realizó.
La investigación consistió en descubrir cuales fueron los libros con mayor número de ejemplares impresos y vendidos. Existen algunos libros con mayor número de impresiones, sin embargo muchos de estos no fueron vendidos.

La lista abarca una gran variedad de temas y de autores, muchos de los que hoy en día siguen produciendo títulos para que podamos disfrutar.

Compartimos con ustedes el resultado de la investigación. ¿Cuáles de ellos ya han leído?
1. La Biblia (3900 millones de copias)
La Biblia hoy en día sigue siendo el libro más leído en el mundo. Este libro es el texto religioso por excelencia para todos los cristianos, y personas interesadas en estudiar el cristianismo. Surge a raíz de la compilación de sesenta y seis libros que recuentan la acción de Dios en el mundo y su propósito para la creación.

2. Citas del Presidente Mao Tse-tung (820 millones de copias)

Este libro, también conocido como El Libro Rojo de Mao Tse-tung, es una explicación personal dirigida al pueblo Chino sobre la ideología del Partido Comunista Chino.  
3. Harry Potter (400 millones de copias)
Harry Potter es una serie fantástica de siete novelas, escrita por J.K. Rowling. La historia se desarrolla en el pasaje de un joven mago por una muy inusual adolescencia.
Tanto niños como adultos se vieron igualmente fascinados por esta historia.  

4. El Señor de los Anillos (103 millones de copias)

El Señor de Los Anillos es una épica trilogía de fantasía escrita por el filólogo J.R.R. Tolkien. La novela comenzó como una secuela a su anterior novela, El Hobit, pero luego se convirtió en una obra mucho más grande. 

5. El Alquimista (65 millones de copias)
El Alquimista es un libro de Paulo Coelho publicado en 1987. Muy rápidamente el libro de convirtió en un bestseller brasileño, para luego llegar a ser uno de los más vendidos en el mundo. El Alquimista fue traducido a más de 67 idiomas, ganando el Record Guiness al libro escrito por un autor vivo más traducido.  

6. El Código Da Vinci (57 millones de copias)

El Código Da Vinci es una novela de ficción escrita por el norteamericano Dan Brown. La historia sigue las investigaciones de Robert Langdon tras un asesinato en el museo del Louvre en París.
Tras sus investigaciones Langdon descubre la posibilidad que Jesucristo podría haber estado casado con María Magdalena y tenido un hijo con ella. La novela fue llevada al cine con Tom Hanks como protagonista. 

7. La Saga Crepúsuculo (43 millones de copias)
Crepúsculo es el primer libro en la popular serie para jóvenes escrita por Stephanie Meyer. La historia trata sobre una chica que se enamora de un vampiro. La saga está repleta de romance y acción 

8. Lo que el Viento se Llevó (33 millones de copias)
“Lo que el Viento se Llevó” es un drama romántico escrito por Margaret Mitchell. La historia se lleva a cabo en Georgia durante la guerra civil norteamericana y sigue la vida de Scarlett O’Hara, la hija de un inmigrante irlandés que es dueño de una plantación.
La novela ganó el Premio Pulitzer y fue llevada al cine bajo el mismo nombre, llevándose diez Premios de la Academia. 

9. Piense y Hágase Rico (30 millones de copias)
Este libro motivacional escrito por Napoleon Hill, es un libro de desarrollo personal inspirado en los consejos que el autor recibió del multimillonario escocés-americano Andrew Cranegie. 

10. El Diario de Ana Frank (27 millones de copias) 
“El Diario de Ana Frank” cuenta las peripecias de una joven que pasó dos años escondida con su familia tras la ocupación Nazi en Holanda. Este libro es considerado hoy en día como uno de los libros más importantes para comprender una parte de la historia del Siglo XX.

jackieviajes: Dejando Buenos Aires

Hola Amiga, qué lindo recorrido, disfrutalo!!! tkm

AMROD & DAPHNA CRÓNICA DE UN GRAN AMOR


Eran sus últimos días sin alas. En una semana él ya habría de tener unas alas gigantescas y venustas con las que iba a poder volar. Él se llamaba Amrod, era un dragón acérrimo y muy jabato, pero igual nunca había tenido novia ya que era muy timorato.

Había deseado tener sus alas desde muy pequeño, pero tenía un problema de nacimiento que afectaba sus alas. Le habían dicho que le iba a tardar un quinquenal más que otros dragones para poder desarrollar alas que le sirvieran para volar.

El quería ser como los otros dragones, ¡quería volar! Entonces fue a ver al brujo del pueblo. El brujo sintió lástima y le hizo un hechizo. Amrod bebió sin dudar la inocua poción azul, pero el brujo dijo que para que hiciera efecto la única condición era conseguir una esposa antes de la próxima luna llena. Al principio él seguía desilusionado porque dijo que no iba poder enamorarse en tan solo un mes. Pero de repente en una montaña yerma y pacata, a donde le gustaba ir a pensar cuando estaba acongojado, quedó estupefacto al ver a la dragona más agraciada del mundo.

Él permaneció mirándola hasta que un árbol se cayó y aplastó una de las alas de ella. Era como si el destino hubiese querido que él estuviese allí para salvarla. Fue rápidamente y con un acto idóneo movió el árbol y le salvó la vida. Cuando ella se recuperó le dijo:

-Gracias joven dragón. Me salvaste la vida.

-De nada. Dijo él, con un gesto halagüeño.

-Me llamo Daphna y tú.

-Mi nombre es Amrod. Respondió el trémulo dragón.

Ella le preguntó si quería ir a dar un paseo. Pero él recordó que todavía no podía volar y le dijo que debía volver a su casa porque lo estaban esperando. Luego de despedirse cada uno tomó su camino.

Al llegar a su casa se puso a pensar si ella sería la dragona indicada y decidió que volvería a ir a esa montaña al día siguiente para verla nuevamente.

A las diez en punto de la mañana partió para la montaña. Tardaba mucho ya que no podía ir por el aire. Cuando llegó eran la doce y media y ella estaba allí como el día anterior. Al verlo se paró y lo fue a saludar. En ese momento él se dio cuenta de que ella provenía de una familia hacendada porque llevaba un anillo de diamantes muy dispendioso.

Se pusieron a hablar y ella mencionó que era hija del Rey Lolindir y su esposa Yizrela, una gringa que había conocido el Rey en un viaje a Estados Unidos. Esta noticia no lo sorprendió a Amrod ya que por su apariencia debía ser de una familia importante.

Luego de unas horas de charla ella le volvió a ofrecer ir a dar un paseo, pero él otra vez se negó sin decirle sus verdaderos motivos.

Esto mismo sucedió durante varios días usando diferentes excusas superfluas hasta que ella le preguntó porqué se negaba todo el tiempo. Él le fue cabal y le contó sobre su problema pero omitiendo decir que para solucionarlo necesitaba esposa. A ella le dio tanta lástima que le prometió que hasta que no consiguiera sus alas ella no iba a volar en frente de él.

Eso lo dejó venático de amor y se prometió a sí mismo que iba a dejar de ser tan tímido con las chicas.

Al otro día Daphna le preguntó si quería ir a cenar ofreciéndole un lugar cerca de su casa para que no tenga que caminar mucho. Ante una oferta tan generosa y considerada no se podía negar y sin pensarlo le contestó que sí.

A las ocho en punto ya estaban los dos sentados en la mesa. Ella como siempre muy esbelta y él con ropa baladí. Era un lugar muy pomposo y tranquilo.

Luego de dos horas Amrod se dio cuenta de que Daphna era la indicada para él. Ella era jocosa y jovial, lo que para él era muy importante. Siempre le había parecido fútil todo lo de afuera, la belleza o la plata.

Cuando ya eran casi las once Amrod se animó a preguntarle a Daphna si quería ser su novia y desde ese día se fueron cada mañana juntos a la montaña.

Había pasado una semana y Amrod se propuso contarle toda la verdad sobre el hechizo. Como ambos sabían que se amaban decidieron que se iban a casar en una semana. No había tiempo que perder. Solo faltaban tres días para que se venciera el plazo que el brujo le había dado!

En dos días ya habían organizado toda la boda, iba a ser convencional y privada. Nada muy bullanguero ya que se casaba la hija del Rey.

Estaban tan enamorados que Amrod le daba lo mismo si conseguía las alas o no, la amaba tanto que en ese momento lo único que quería era no perderla y por eso decidió que debía conocer a sus futuros suegros. Fue a visitarla al palacio. Quedó absorto al ver un lugar tan prominente, lleno de objetos y alfombras lujosas. A diferencia de su casa que tenía muy exiguos muebles y adornos. Cuando llegó, los padres de Daphna, ambos muy gallardos, lo recibieron con mucha alegría y lo invitaron a sentarse a la mesa. Luego de la comida, que había estado muy sápida, se pusieron a hablar de cosas importantes. Lolinder le dijo que él era un hombre muy longevo. Al morir quería que lo suplantara alguien que fuera dadivoso y artero. Amrod le prometió honrar este pedido y además que iba a cuidar muy bien de su hija, Daphna. Cuando terminó la cena Amrod se fue a su casa muy feliz porque había salido todo conspicuo.

Tras una noche de lisonjero sueño y supino en su cama, se levantó lleno de felicidad ya que al otro día iba a ser su casamiento. Se vistió lo más rápido posible y luego de desayunar, partió hacia la montaña. Cuando llegó se desilusionó al no ver a Daphna. Creyó que tal vez estaba festejando su último día de soltera en el palacio y decidió no molestarla. Se quedó pensando acostado en un áfilo árbol.

Luego de dos horas decidió ir a buscar a su prometida al palacio, pero cuando llegó quedó macilento: lo que él creía que era un festejo era lo más triste del mundo. Cuando le dieron la noticia quedó muy zurumbático y se desmayó. ¡No podía creer lo que todos repetían!

Lolinder entró y vio a Amrod que estaba muy zozobroso y no paraba de llorar. El Rey trataba de ser lo más seráfico posible y le contó la inusitada noticia. Daphna había muerto. Por ahora la causa de la muerte era ignota y los médicos estaban haciendo todo lo posible para averiguar todos los detalles pero era una investigación muy peliaguda. Hasta ese momento lo único que se sabía era que no tenía heridas y que se había muerto mientras dormía de una manera muy sagrativa. Armond estaba demasiado lábil para reaccionar. ¡Cómo su vida podía ser tan inicua! ¡Había encontrado la felicidad pero la había perdido en un segundo! No quería seguir viviendo, no le veía ningún sentido a la vida sin Daphna. Ya no se sentía fuerte y cuando se miraba al espejo solo veía a un dragón basto y panoli.

Sin embargo decidió que igualmente se iba a casar para poder conseguir las alas y usarlas para una cosa muy importante. El mismo día en que se vencía el plazo fijado por el brujo, a las doce del mediodía se casó con Taranis, una oronda, chabacana y facinerosa dragona que no paraba de alardear sobre su boda con quien fuera el prometido de la hija del rey. Una hora después del casamiento a Amrod le crecieron sus alas.

Sin decir nada voló hacia el palacio desplegando sus alas como siempre había soñado. Entró en el cuarto de Daphna y rodeó su cuello con una gruesa cadena, Subió a su cama y sujetó la cadena con fuerza a la araña que colgaba desde el alto techo. Saltó de manera muy rábida y la fuerza de la cadena le cortó la cabeza al instante. Al sentir un fuerte ruido, Lilindris entró al cuarto de su hija y halló el cuerpo acéfalo de Amrod. Llorando ordenó que lo enterraran junto a su hija bajo el árbol más hermoso y florido de su jardín.

Muchos dicen que el suicidio de Amrod fue un acto cursi, otros piensan que él era un ciclotímico. Pero todos ellos son unos babiecas sin corazón, porque la verdad es que la muerte de Amrod fue por amor.

La familia Lorante


Era una estrellada noche de verano, los integrantes de la familia Lorante estaban nerviosos e impacientes por conocer al nuevo miembro de la familia, Isidoro. Luego de mucho esperar, poco a poco la familia se fue acercando a la cama donde se encontraba la señora Agapanthus de Lorante amantando a su pequeño y pacato bebé. Sus abuelas, desesperadas por ver a su nieto, iban empujando tratando de llegar antes que los otros. Como era de esperar, la competencia entre sus abuelas no tardó en llegar.

– ¡Ay!, pero que hermoso muchachito, rubio como su padre- decía Antonita, la abuela paterna de Isidoro- ¿será fuerte como mi hijito?

– Bueno, eso no lo sabemos, ¡pero de seguro será tan inteligente como su madre!- respondió orgullosa la abuela materna de Isidoro, doña Matilda.

– ¡Y de su padre! Mi Robertito también es muy inteligente doña Matilda, ¿todavía lo duda?

– No, no, ¡su hijo es un genio! No me cabe ni la menor duda Antonita querida- respondía Matilda siendo más socarrona que nunca.

– ¡Hum! Mejor así, mejor así.

– Algún día, algún día voy a ser libre de esa vieja venática y baladrona- murmuraba alentándose así misma por lo bajo.

A pesar de aquellas discusiones entre las abuelas, el ambiente era muy alegre, todos la estaban pasando muy bien, o al menos eso parecía, toda la familia se encontraba con una sonrisa enorme.

Isidoro y sus padres recibieron venustos regalos, de toda clase de colores y tamaños. Entre los numerosos regalos se encontraba un paquete envuelto en papel de diario, el papel de diario no resultaba ser un envoltorio muy llamativo, pero de todos modos, Roberto sintió el deseo de conocer qué era lo que había en su interior, entonces se sentó en una silla del comedor y delicadamente comenzó a romper el envoltorio, el regalo era un longevo libro llamado “Seres absortos”, con cuidado de no romper sus lábiles hojas, Roberto fue observando los dibujos de unos inusitados seres que se encontraban en ellas. Luego de observarlo por unos minutos, lo escondió dentro de una caja pensando que asustaría al pequeño Isidoro, porque hasta él sentía que esos dibujos daban miedo.

La familia, nunca se ponía de acuerdo, algunos decían que Isidoro tenía pelo enrulado y otros decían que tenía pelo lacio, unos decían que tenía ojos azules y otros que tenía ojos verdosos, solo en una sola cosa se ponían de acuerdo, todos decían que Isidoro había nacido para la grandeza, y no se equivocaban, Isidoro era un chico muy especial y estaban a punto de descubrirlo.

Un niño talentoso

Con el correr de los años, Isidoro se fue convirtiendo en un niño curioso, timorato, comedido y jocoso, todos en el ignoto y jovial barrio decían que era todo lo contrario a un chico bullanguero, que a diferencia de otros, él era un niño muy seráfico, a Isidoro también le encantaba dibujar y por suerte lo hacía muy bien, todos los días decía a su madre que cuando sea grande sería un famoso pintor, tan pero tan talentoso que pintaría para los dioses…

Un día su madre le preguntó qué era lo que más le gustaba pintar, pero Isidoro no sabía qué responderle porque todavía no lo había descubierto, pero aquella pregunta lo dejó pensativo y zozobroso , durante un largo tiempo se dedicó a dibujar cada cosa que se encontraba en su imaginación, todos los días cuando llegaba del colegio buscaba una hoja de papel y con unos crayones comenzaba a dibujar lo primero que se le venía a la mente, generalmente dibujaba animales, pero él pensaba que el cuerpo del animal era lo de menos, no le interesaba si la gente a la cual le mostraba sus dibujos lograba darse cuenta que animal era en realidad o que dijeran que era un animal zancajoso, lo que más le interesaba era que sintieran que el animal los estaba observando realmente, como si de verdad estuviera frente a ellos y los estuviera mirando fijamente, por eso pasaba más tiempo repasando sus pestañas, sus cejas, sus pupilas, hasta que de alguna forma lograra que el animal estuviese tratando de decir algo, con tan solo una mirada.

Después de muchos años de practicar y practicar, Isidoro logró que sus amigos y su familia se impresionaran con sus dibujos llenos de vida, “¿cómo lo haces Isidoro? ¿Cómo?” le decían, “¡naciste para dibujar! Nunca me cansaré de decirlo”, continuaban, pero Isidoro sentía que algo le faltaba, sentía que dibujar animales, miradas… no era suficiente, él quería encontrar lo que realmente le gustaba hacer, dibujar algo grande, algo hermoso, y que verdaderamente le hiciera sentir que era una persona plena.

La abuela Matilda

El día de la semana que más le gustaba a Isidoro eran los jueves, porque su abuela Matilda lo visitaba y él, como siempre, la recibía con uno de sus dibujos. Apenas aprendió los días de la semana Isidoro se la pasaba preguntando qué día era, era tan impaciente que cuando su mamá le decía que era viernes y que tenía que esperar, se largaba a llorar y entonces su abuela tenía que ir casi corriendo a la casa a consolarlo. Pero Isidoro fue creciendo y a la vez aprendiendo a esperar y de disfrutar cada segundo que pasaba con su abuela, especialmente la hora de dormir, porque a esa hora Matilda se sentaba al lado de su cama y le contaba una historia, para que se duerma, entonces, a la mañana siguiente, Isidoro se levantaba y hacia un dibujo del cuento que su abuela le había contado.

Por fin era jueves, Isidoro esperaba a su abuela sentado en un sillón mirando la lluvia caer desde su ventana, “¿por qué tardará tanto?”, se preguntaba, “ella detesta a la gente morosa y ahora ella es la que demora!”, pensaba riéndose, pasaban las horas y su abuela no llegaba, estaba tan aburrido que decidió buscar un libro para leer, su madre amaba leer, por eso la casa siempre estaba llena de libros, diarios, revistas, etcétera, pero por lo general los libros que su madre leía eran libros sin dibujos, y era por eso que Isidoro casi nunca se acercaba a ellos ya que les parecían aburridos. Esta vez no le importó, él quería hacer algo para que el tiempo pasara rápidamente sin que él se diera cuenta y en este caso lo más entretenido que se le ocurrió, fue leer. Estuvo varios minutos buscando entre los numerosos libros que se encontraban en la gigantesca biblioteca, pero ninguno le llamo la atención, “¡tantos libros y no hay ni uno que me guste!”, pensaba, buscó por todos lados y cuando estaba a punto de darse por vencido encontró una caja roja con rayas amarillas, sin hacer mucho esfuerzo, Isidoro levantó la caja y la apoyó en su cama, al abrirla, encontró algunos libros viejos y juegos de mesa, cuando estaba a punto de cerrarla un descuidado libro cuya tapa estaba rota y descolorida impidió que lo hiciera, sintió unas fuertes ganas de saber por lo menos de que se trataba, hechó un vistazo y llegó a la conclusión de que ese libro no podía ser de su madre, ya que ella los cuidaba muy bien; Isidoro estaba en lo cierto, ese libro definitivamente no era de su mamá, no solo porque estaba descuidado, sino también porque estaba repleto de dibujos, pero dibujos de animales extraños, extraños pero increíbles. Quedó fascinado por el libro, a pesar de que quizá no era un libro muy dispendioso, para lo era, pero no por el dinero… Esforzando un poco la vista y utilizando un poco el sentido común logró leer el gastado y borroneado título: “seres absortos”. Ya habiéndose olvidado de su abuela, del día y de la hora, Isidoro fue corriendo a mostrarle el libro que tenía en sus manos, a su mamá, pero se desilusionó al darse cuenta de

que no le llamó mucho la atención y de que además le parecieron unos seres asquerosos.

Más tarde cuando su padre llegó a la casa luego de un largo día de trabajo, Isidoro se acercó a él y le mostró su libro, Roberto se acordó inmediatamente de aquel día que había escondido ese libro.

- ¿Dónde lo encontraste, Isidoro?

- Estaba guardado en una caja, en uno de los estantes de la biblioteca.

- ¿te gustan esos dibujos?

- Sí, no encuentro la razón por la cual no habrían de gustarme, papá.

- A mí me parecen que son unos animales un tanto desagradables, ¿para qué quieres tener un libro con esos dibujos?

- Estuve pensando en copiarlos, dibujarlos, agregando un poco de mi imaginación.

- Bueno, está bien, me gustaría ver esos dibujos cuando estén terminados.

- ¡ Vas a ser el primero a quién se los muestre, entonces!.

Entusiasmado, Isidoro salió corriendo a toda velocidad, a buscar sus crayones, cuando ya tenía todo preparado se acostó en el piso y empezó a observar detalladamente cada dibujo. El dibujo que más le impresionó fue el de unas tórridas criaturas acéfalas y facinerosas que volaban alrededor de un pomposo castillo, era increíble como el pintor se tomó tan en serio hasta el más mínimo detalle, todo era tan perfecto que parecía una foto. Isidoro pensó que el dibujo que mejor le iba salir era el de un turquí dragón con adustas alas, entonces, sin perder un segundo más, comenzó a dibujar el prominente dragón, repasó bien cada rasgo de su cara, especialmente sus ojos, pintó con delicadeza cada fibra de su cuerpo, poco a poco fue dándole vida al dibujo. Estuvo mucho tiempo pintando, sus padres comenzaron a preocuparse, Isidoro pasaba demasiado tiempo frente a las enormes hojas especiales para dibujar, que ellos le habían comprado, no salía de su cuarto ni para jugar con sus amigos, estaba pegado a su dibujo. Después de mucho trabajo y dedicación, el dragón por fin estaba terminado, Isidoro fue corriendo tan rápido que se llevaba las cosas por delante, cuando por fin llegó a la cocina le mostró a su papá el conspicuo dibujo. Roberto se quedó trémulo y estupefacto.

- ¿Esto lo dibujaste vos?

- Sí, papá, yo solito, ¿te gusta?

- Isidoro, acércate…

Isidoro, obedeció.

- Este es uno de los dibujos más sorprendentes que jamás haya visto- dijo casi sin voz.

- ¿De verdad?

Su padre no contestó, tenía una mezcla de joviales e inusitados sentimientos, sentimientos zozobrosos y que le daban una sensación un poco desagradable, pero en cierto punto llegaban a ser sentimientos agraciados. Agapanthus, al ver la macilenta cara de su esposo, se acercó para ver qué era lo que pasaba. Isidoro no entendía mucho la situación, sus padres lo estaban mirando con cara rara y actuaban raro, nunca los había visto así.

Después de unos minutos todo había vuelto a la normalidad, gracias a una charla que tuvieron sus padres a escondidas, sin que Isidoro se enterara.

Ese jueves, Isidoro no pudo dormir, se sentía acongojado, “ soy un fútil niño de diez años, no puedo hacer nada bien, lo único que quería era verle una sonrisa a mi padre, quería ver felicidad en su rostro, pensé que mostrándole mi dibujo, se pondría contento, pero lo que vi fue una cara pálida y estupefacta!”, pensaba, luego de pasar una noche entera pensando y pensando, se prometió a sí mismo que no dibujaría nunca más, pero no pudo cumplir su promesa, no dibujar, para él era prácticamente imposible, así que decidió dibujar a escondidas, sin que nadie lo viera, pero el problema era encontrar ese lugar..

La noticia

Estuvo un par de días buscando el lugar idóneo, hasta que por fin lo encontró, decidió que sería: el bosque del pueblo, “El bosque Denim”. Desesperado por dibujar nuevamente, fue corriendo a su casa, apenas saludó a su mamá dándole un exiguo beso en la mejilla, se trepó al armario y de un manotazo agarró el decrépito libro, tratando de no hacer ruido, bajó las escaleras del sótano y guardó en su mochila sus pinceles y pinturas. En un abrir y cerrar de ojos, Isidoro ya se encontraba dibujando dragones, sentado en una piedra del bosque mojando sus pies en un rábido arroyo, sentía que era feliz, pensaba que dibujar era dar vida, él era un creador, un creador de dragones, él ayudaba a los dragones a volar, dibujando sus alas, le enseñaba a defenderse, dibujando sus filosos y acérrimos dientes, dibujando sus garras asesinas, dibujando sus expresiones también dibujaba lo imposible, su personalidad, en todos sus dibujos se reflejaba una historia diferente, una personalidad diferente.

Todos los días, Isidoro iba al bosque a “crear” dragones, esa era su única razón de vivir, así pasaron los años, ya era una rutina, apenas llegaba del colegio, Isidoro salía casi corriendo de su casa, con su mochila llena de pinceles y pinturas, todos los días un dragón nuevo, estaba

repleto de dibujos, eran tantos que necesitaba tres grandes cajas para guardarlos todos, por supuesto que aquellas cajas estaban muy bien escondidas para que nadie pudiera ver lo que había estado haciendo durante cinco largos años, pero nada es para siempre, y su talento no iba a permanecer oculto por mucho tiempo más...

Un día Agapanthus estaba barriendo el cuarto de Isidoro, cuando se agachó para barrer abajo de la cama vio tres cajas cubiertas por una sábana, sin poder contener su curiosidad, abrió una y se encontró con los miles y miles de dibujos de dragones que su hijo había dibujado, no pudo contener el llanto, pasaban las horas y Agapanthus seguía mirando los dibujos. Ya se acercaban las cuatro de la tarde, su hijo no tardaría en llegar, así que guardó todo en donde estaba y continuó barriendo la casa, como si nunca hubiera pasado nada.

Isidoro escuchaba llorar a su madre todas las noches, siempre quiso preguntarle por qué, pero no se animaba porque casi nunca hablaban, eran muy pocas las veces que su madre le preguntaba cómo le había ido en el colegio o que simplemente mantuvieran una conversación, pero él tenía bien claro que esto se debía principalmente a que él casi nunca se encontraba en casa, entonces esta era la oportunidad para demostrar que él sí se preocupaba por ella.

Mamá, a veces te oigo llorar por las noches, ¿por qué lo haces?

No importa hijo, ya se me pasará.

A mí sí me importa mamá, no quiero verte sufrir.

Aquellas palabras tocaron el corazón de Agapanthus y no pudo evitar que una lágrima mojara su rostro.

Yo tampoco quiero verte sufrir hijo. Y si verdaderamente quieres saber el motivo por el cual lloro todas las noches... pues te lo diré, pero creo que este no es el lugar ni el momento.

¿Y entonces cuando será el momento? ¿dónde?- preguntaba desesperado.

Hoy a la noche, en tu cuarto.

Esa noche Isidoro sintió que se le iba a salir el corazón, esperó impaciente a que su mamá entrara a su cuarto y que le contara porqué había estado llorando durante tanto tiempo, cuando por fin entró se sentó en su cama y acariciando sus rubios cabellos comenzó:

Isidoro, lo que te voy a contar es algo que no te lo conté antes porque pensé que no contártelo sería la mejor opción, pero ahora me doy cuenta que no habértelo contado antes, fue una de las decisiones más modorras y estúpidas. Pero espero que por favor me comprendas, que logres entender que soy una madre desesperada, que solo quiere lo mejor para su amado hijo...

Mamá, ¿qué me estuviste ocultando?- interrumpió Isidoro.

Agapanthus respiró profundo, y con lo poco que le quedaba de voz pudo contestar:

Hijo, Roberto no es tu padre, tu padre desapareció en una excursión por el Bosque Denim, varios días estuvieron buscándolo, pero no encontraron rastros, todo lo que encontraron fue un dibujo de un dragón dorado, el amaba dibujar dragones, siempre hablaba de dragones, especialmente de uno dorado, como el que dibujó antes de desaparecer, un día me dijo que lo había visto en aquel bosque- contaba llorando- y, y no quiero que sufras el mismo destino que él- continuó- no quiero que enloquezcas.

Isidoro se quedó petrificado, lo que había hecho su mamá, no tenía perdón, era irremisible, sin mencionar una palabra, fue escuchando la historia que su madre le contaba, parecía un sueño, no podía creer que eso le estaba sucediendo, era una noticia muy fuerte, él había vivido una vida de mentira, su papá ya no era su papá, ahora resultaba ser que su padre era un dibujante de dragones desaparecido, tan impresionado estaba que se desmayó... en su desmayo pudo ver un dragón dorado, de figura esbelta y de mirada fija y penetrante, ¿sería su padre?, esa era una pregunta que nunca iba a poder contestar.

Arturo, el mediador



Esta historia se remonta hace muchísimo años, en un pueblito yermo en el siglo 18 a.C., donde la guerra constante entre dragones y humanos era interminable. Pero, la inteligencia y astucia de un chico de 9 años, pudo cambiar esta historia para siempre... Arturo era un chico de tan solo 9 años, al cual le gustaba pasar todos los días escribiendo relatos no convencionales. Era el único chico del pueblo que escribía relatos sobre la guerra entre dragones y humanos, y como su padre colaboraba exterminándolos.

Arturo era un joven pacato, sincero, comedido, inteligente y artero, todo lo contrario a su padre. Que era un hombre ciclotímico, rábido, venático y zafio como ningún otro hombre se haya conocido antes. Lo que a él le había dolido mucho, fue la pérdida de su madre, cuando tan solo tenía 3 años, ella era lo único que le quedaba, ya que su padre pasaba todo el día luchando y, cuando no, bebiendo cerveza con sus amigos. Arturo era hijo único y no tenía muchos amigos en la escuela, debido a su inteligencia que estaba por encima de la media.

Él todos los días volvía de la escuela y lo primero que hacía era hacer los deberes de la casa, su tarea y después se dedicaba a escribir. Pero como no era del agrado de su padre que escribiera historias a favor de los dragones, cuando escuchaba que la puerta se habría, se hacía el dormido. No le agradaba su padre, sabía que tenía mal temperamento y que si lo descubría escribiendo esas historias de guerras entre humanos y dragones, le pegaría… Siempre había tenido muchas discusiones con su progenitor, donde decía que él tenía que ser un guerrero. Pero Arturo nunca quiso escuchar, él pensaba que el dragón era un animal venusto, y no hacía daño. Y ahí era donde su padre le pegaba, mientras le gritaba:

- ¡Eres una bazofia, fútil, bueno para nada!- Arturo trémulo, dolorido y zurumbático por los gritos de su padre, se fue hacia su cuarto sin decir nada, se encerró y supino, se durmió.

A la mañana siguiente, todo seguía como antes, él iba a la escuela y su padre a luchar. Pero esta vez en vez de regresar a su casa, decidió ir a caminar al bosque. Lo que él no sabía, era que con lo que se iba a encontrar lo dejaría estupefacto. Cuanto más caminaba más se acercaba a lo inesperado, pero de repente empezó a oír pasos que lo seguían. Pero el impertérrito Arturo, siguió caminando. Miró hacia el cielo para ver si era demasiado tarde, pero cuando vio el color turquí del cielo, no se preocupó, y siguió su rumbo.

De repente sintió algo que lo sujetaba por la espalda, pero cuando se dio cuenta, estaba volando. Esta vez sí un poco zozobroso, miró hacia arriba y vio algo zoomorfo, muy parecido a un dragón. Pero el jabato de Arturo, no gritó, no dijo ni una sola palabra. Cerró los ojos, y comenzó a rezar. Cuando los abrió se encontró encima de una piedra, pero no era una piedra cualquiera, era una ebúrnea. El paisaje alrededor era hermoso pero ignoto y frente a sus ojos no podía creer lo que veía, se encontraba un dragón. Arturo no tenía miedo porque sabía que era un animal inocuo, pero había algo en aquel dragón, algo que le llamaba la atención. Pero no sabía bien si era su macilento cuerpo, o el azulado de sus ojos. No se le ocurría qué hacer en ese momento, se encontraba absorto, inusitado.

Lo primero que le vino a la mente fue tocarlo, pero desconocía la reacción de esa especie de animales, solamente sabía algunas de sus características por los cuentos que leía mientras su padre no se encontraba en casa. Pero justo antes de tocarlo escuchó un sonido, pero no un sonido cualquiera, era como un llamado. Vio que el dragón comenzó a levantar vuelo, mientras este lo hacía una manada de dragones volaban por el cielo… Había varios, de todos los colores que una pueda imaginar. Aunque vio que en el centro se encontraba un dragón muy particular, de color negro azabache. Sabía por lo que había leído en los libros que ese era el más longevo, pero el más fuerte de todos. Se preguntó si los volvería a ver, mientras se alejaban volando en forma concomitante. Decidió que ya era tiempo de regresar a casa, seguro que su padre estaría muy preocupado, ya que estaba anocheciendo. Sabía que si llegaba tarde a casa lo iban a regañar y a castigar, con unas cuantas palizas. Arturo caminaba velozmente, con mucho apuro. No quería que anocheciera, porque sabía que se iba a perderse. Él pensaba en lo cuan preocupado se encontraría su padre.

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Mientras tanto en su casa, su padre se encontraba lisonjero, mirando la televisión. Todavía no se había dado cuenta de la ausencia de su hijo. Arturo entró a su casa timorato, en silencio sin hacer ruido, pero justo en ese momento fue cuando su padre se levantó y lo vio. Inmediatamente le preguntó dónde había estado todo ese tiempo:

- ¿Dónde has estado Arturo?

- Fui a dar un paseo por el bosque, padre.

- ¿Y a usted le parece hora de volver a casa?! No se da cuenta que es de noche? ¿Qué le he dicho de volver a estas horas?

- Lo siento padre, prometo que no volverá a suceder.

- Y que ha estado haciendo a estas horas allí solo, o a caso fue con alguien?

- No padre fui solo, pero allá… me encontré con algo.

- ¿Qué cosa?- Arturo no había decidido todavía si debía contarle a su padre lo sucedido en el bosque. Pero enseguida respondió.

- Pues me he encontrado con un dragón, pero no se preocupe que no me ha pasado nada.

- ¿Qué te encontraste, con qué? ¿Yo he escuchado bien? ¿Un dragón? ¡Por Dios Arturo, es usted un abyecto mentiroso!

- Padre le estoy diciendo la verdad… ¿Por qué no me cree?

- ¡Mire Arturo me cansé de escucharlo hablar burradas, vaya a su cuarto a dormir!- Arturo sin decir nada, tal como lo hacía siempre, se fue a su cuarto y se encerró. Por dentro él pensaba que su padre era un hombre extorsivo y bellaco.

Al día siguiente Arturo concurrió a la escuela como lo hacía todos los días, pero esta vez, se va a encontrar con algo diferente, un compañero nuevo. Este niño era un gringo, de los países del norte. Él sabía que no tenía amigos y aprovechó la ocasión para hacerse de uno. El muchachito se llamaba Pedro, parecía halagüeño, aunque un poco modorro y basto. Su vestimenta siempre estaba abigarrada. Los chicos decían que era un poltrón porque nunca hacía las tareas. Pero a Arturo no le importaba eso, a él lo que le llamaba la atención era que compartían una misma pasión, a los dos les gustaban los dragones. Esto fue una gran sorpresa para él ya que todos sus compañeros pensaban que él estaba loco.

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Cuando Arturo regresó a su casa vio que su padre se encontraba allí, sentado en el sofá durmiendo, con un vaso de malta fría a su lado. Para no molestarlo decidió no contarle lo del compañero nuevo. Más tarde llegó la hora de cenar. Esa noche había carne con papas a las brasas. Mientras comían Arturo comenzó a decirle a su padre lo sápida que estaba la cena. Todo iba bien hasta que a Arturo se le ocurrió hacerle un cuestionario a su padre sobre su trabajo.

- Padre, le quiero hacer unas preguntas...

- Sí, dígame.

- Bueno es sobre su trabajo, ¿Por qué hay que matar a los dragones? No entiendo, es un animal como cualquier otro y en mi opinión, hay que protegerlos, porque seguramente en algún momento se van a extinguir.

- Mire Arturo, ya hemos hablado muchas veces sobre este tema y le he dicho que esos bichos no son muy agradables que digamos.

- Bueno eso es lo que usted piensa porque nunca ha estado al lado de uno, nunca lo ha tocado, nunca ha sentido su aliento, es un sentimiento maravilloso. Padre tiene que abrir los ojos, ¿No entiende que lo que está haciendo está mal?

- Bueno… digamos que así fue como me educó mi padre, y fue lo que hice toda mi vida, siempre me dediqué a esto. Lo que pasa es que usted no entiende.

- Sí entiendo padre, lo que pasa es usted es un tocho, no sabe nada sobre ellos, ¡ojalá algún día se diera cuenta en verdad como son!

Así sin decir nada más Arturo se levantó de la mesa y se dirigió directo al cuarto, como hacia siempre. En su cuarto mientras tanto, pensaba porque le tiene que pasar esto a él. No entendía lo que su padre no entendía, era extraño. Lo único que quería él era mostrarle la realidad a su padre y demostrarle que no todo lo que decía era cierto. Su progenitor en cambio seguía sentado en la mesa, pensando en lo que su hijo le acababa de decir. La expresión de su rostro era mustia, no podía creer que esas palabras tan fuertes hubieran salido de su propio hijo. Ahí fue cuando se dio cuenta de la babieca que había sido. Por eso tomó la decisión de hablar con su hijo.

Al día siguiente cuando Arturo amaneció, quedó enajenado, con el desayuno que su padre le había preparado con muchísimo cariño y aprecio. Igual él sabía que todo esto era, para pedirle una disculpa por lo de la noche anterior. Arturo seguía sosteniendo que su padre era un chabacano.

Mientras Arturo comía su delicioso desayuno, su padre se acercó a él y se sentó en una silla. Él sabía que iban a tener una de sus conversaciones habituales, de todos los días.

- Arturo quiero que me lleve al bosque. Quiero ver a los dragones.

- ¿Para qué? ¿Para asesinarlo?

- No, nada más quiero verlos, quiero sentir lo mismo que usted cuando se acerca a ellos.

- Bueno si es para ello sí. Pero con una única condición…

- ¿Cuál?

- Que te arrodilles frente al macho alfa, como señal de paz y prometerme que buscará otro trabajo, y le dirá a los otros guerreros que los dragones, no son como ellos piensan.

- Bueno prometeré hacerlo si en verdad siento esas mismas sensaciones que usted.

- Entonces vayamos para allá, espero que lleve alguna armadura o algo, no se sabe con lo que se puede encontrar en el bosque.

Y así fue, que emprendieron su larga caminata hacia el bosque en busca de los dragones. Cuando llegaron allí procuraron tener muchísimo cuidado por donde caminaban y mirar hacia el cielo, para ver si veían a algún dragón.

Fue cuando entonces escucharon ese sonido, que Arturo había escuchado la primera vez que vino al bosque, miraron hacia arriba. Los dragones se encontraban allí volando, los siguieron con la vista. Hasta que en un momento se dieron cuenta que paraban sobre rocas, y quedaron observando el paisaje. Poco a poco se iban acercando.

Ahí fue donde los dragones escucharon los pasos de Arturo y su padre y se asustaron y comenzaron a lanzar fuego de su boca. El color era de un bordó mezclado con amarillo y naranja, era extraño. Nunca antes en su vida le había pasado esto. Los dragones reconocían a los humanos como seres temibles, sabían que los matarían. Todo terminó cuando el gran dragón negro habló.

- ¿Qué es lo que sucede aquí?- Arturo y su padre no podían creer lo que estaban escuchando, no dijeron nada.

- ¿Con que son humanos, eh?- dijo el dragón- ¿A qué han venido?-Esta vez Arturo fue quien habló.

- Hemos venido aquí con mi padre en son de paz- se ríen, todos los dragones.

- ¿Y cómo me aseguro yo de que ustedes no son unos tramoyeros, y que no intentaran matarnos?

- Porque esta espada que lleva colgando mi padre, nada más la utilizamos por seguridad. No queremos hacerles daño, queremos que los hombres y los dragones puedan convivir en paz.

Ahí fue cuando su padre se acercó con su espada, en la mano hacia el dragón negro, y arrodillándose, como le había prometido a su hijo, apoyó la punta de la espada en el suelo, el signo de paz, en representación de todos los guerreros. Fue ahí donde el dragón se dio cuento de que lo que decían era verdad, por esa razón alzó su extremidad derecha, y la apoyó en el hombro del humano, en signo de que estaba perdonado.

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Al llegar a casa, el padre tuvo la necesidad de hablar con su hijo y pedirle disculpas por todo lo sucedido.

- Hijo, quiero agradecerle, por todo lo que ha hecho- Arturo no contestó, su padre siguió hablando.

- He sido un grandullón, pensando que sabía todo, cuando en realidad no sabía nada. Soy un bobalicón. Por eso vengo a pedirle disculpas y a agradecerle, por todo lo que ha hecho por mí. Me ha abierto los ojos de una manera que nadie pudo hacer antes, me hizo ver la realidad. Y quiero pedirle disculpas por todo lo que le he hecho y dicho durante todos estos años.

- Yo sé que no lo ha hecho con mala intención. Usted solo quería cuidarme, protegerme y enseñarme. Pero lo que no te ibas a esperar, era que un niño, pudiera comprender la realidad de las cosas más, que un adulto como usted.

Su padre no supo que responder, a esas semejantes palabras.

- Tiene razón y por eso me disculpo, eres un sabio Arturo. Vas a llegar lejos, hijo mío.

El padre lo abrazó. Pero Arturo no le devolvió el abrazo, porque sabía que sus palabras eran superfluas, que lo que había hecho durante todos estos años era irremisible.

Y aquí es donde termina esta historia, la historia de un niño, que cambió la forma de ver la vida a su padre y logró la paz entre el hombre y los dragones mediando entre ambos.

FIN